OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

JOSE CARLOS MARIATEGUI

CUBA

MEDARDO VITIER


ENSAYOS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

Por Medardo Vitier

Este malogrado escritor peruano dejó más de un libro. Concreto este capítulo a sus Siete en­sayos, donde interpreta la realidad de su país. Datan de 1928. Anteriormente había publicado La escena contemporánea (1925).

La generación que en los últimos años ha agi­tado la conciencia política del Perú tiene en Ma­riátegui su doctrinario. Después de él, algunos de sus compañeros han ido más lejos en el ca­rácter de la propaganda, pero ninguno ha examinado la estructura nacional de modo tan pe­netrante y abarcador en lo histórico, en lo so­ciológico, en lo económico. El libro Siete ensayos —de cierto rigor monográfico— plantea con in­dependencia cuestiones peruanas (de toda la América española, en parte) esenciales. Si el cri­terio marxista, que el autor declara resueltamen­te, no ofrece en todos los casos la mejor solución, todavía el estudio tiene el mérito de la re­moción ideológica que efectúa.

Los temas de dichos ensayos consisten en la economía peruana, el problema del indio, el de la tierra, el de la enseñanza, el factor religioso, el regionalismo y el centralismo, la literatura. Comprenden, pues, casi toda la vida de la na­ción. El ideario a cuya luz escribe contrasta con el de José de la Riva Agüero, notable escritor peruano, de dirección conservadora. El hálito del marxismo pasa por todas las páginas de Ma­riátegui.

Para la apreciación de los Siete ensayos deben considerarse los antecedentes peruanos de esa re­volución ideológica. Los conocedores de Hispanoamérica saben que el Virreinato del Perú —es­tablecido como el de México hacia mediados del siglo XVI— dejó persistencias al consumarse la independencia. El país ha tenido notoria corrien­te tradicionalista. Unos la diputan de buena; otros la han condenado. D. Manuel González Prada, cuyas obras acaba de editar su hijo, el Sr. Al­fredo González Prada, decía en 1887: «Hay aquí una juventud que lucha abiertamente por ma­tar con muerte violenta lo que parece destinado a sucumbir con agonía importunamente larga...». El precursor del movimiento que se hizo más y más radical, ha parecido a Mariátegui más lite­rato que hombre de acción, o, dicho en sus mis­mas palabras: «El propio movimiento radical aparece en su origen como un fenómeno litera­rio y no como fenómeno político». Eso sí, se sub­raya que González Prada tocó las cosas con áni­mo realista y con intento alteradora Lo que le niega. Mariátegui es actitud de estadista o de sociólogo. Las realidades que ya denunció el autor de Páginas libres, las .enfoca luego Mariá­tegui con metodología más rigurosa. De todas suertes, .aquel hombre, cuyo elogio incluye Ru­fino Blanca Fombona en Grandes escritores de América (1915),1 contribuyó a desintegrar la ho­mogeneidad de un clima ideológico. Sacudió la rutina; invitó a cancelar lo agotado y lo nocivo. Pronto hubo actitudes más radicales.

Cuatro jalones marcan el proceso desintegra­dor de la tradición en el Perú: la obra de Gon­zález Prada, la revista Colónida (1916), la revista Amauta (1926), los ensayos de Mariátegui. La primera influencia llenó de gérmenes el ambien­te; la segunda, de mero propósito literario en apariencia, formó espíritus irreverentes (o los acogió); la tercera que la de cosas muy concre­tas, como la cuestión del indio; la cuarta —escri­tos de Mariátegui— sitúa la vida peruana una luz nueva. El movimiento ha continuado. Pero no necesito referirme aquí a la obra de V. R. Haya de la Torre, ni a la de otros de menos acción, colaboradores en el mismo empeño. Más atrás aún, en Ricardo Palma, pueden discernir­se signos disolventes. Vale aquí un texto de Luis Alberto Sánchez: «No logra limpiar su añoranza de un vaho de ironía y hasta de sarcasmo. Por eso Haya de la Torre lo considera, al igual que a González Prada, como uno de los rebeldes de la literatura, republicana, anticolonialista, dis­frazado con sonrisa».2

¿Y los Cuentos andinos de E. López Albújar? ¿Y Tempestad en los Andes, de Luis Valcárcel? El cuento, la novela, el ensayo, la lírica, reflejan una corriente indigenista de viejos dolores racia­les y de reciente preocupación para una minoría blanca responsable. Todo eso forma la atmósfera de ideas en que Mariátegui medita y escribe su libro. La revista Amauta, muy señaladamente, concentró fuerzas nuevas, precisé varias direcciones, entre ellas la necesidad de estudios econó­micos y de una doble insurgencia; la indígena y la de las provincias. Larga episodio peruano for­ma esta serie de momentos. No pocos de sus re­presentantes se hallan por varios países de Amé­rica desde hace años. Algunos tienen renombre en las letras, en la educación… El episodio está abierto.

Mariátegui aplica la tesis marxista a una serie de aspectos de la realidad peruana. No vela su radical posición. La declara. Quiere contribuir «a la creación del socialismo peruanos». Su apren­dizaje —dice— lo hizo en Europa, sin cuya cien­cia no ve salvación para Indoamérica.

El libro en que me detengo está bien escrito, aunque lejos, es verdad, de la prosa nítida y elegante de Riva Agüero, antítesis en todo de Mariátegui. Pero el estilo, de muy directo mo­vimiento, es claro; la doctrina, muy meditada; la Dialéctica, vigorosa. La convicción del autor anima su estudio. A trechos, la densidad obliga a releer. No creo que convenzas siempre, pero tiene tal seriedad intelectual y lo guía tal senti­do humano, que el lector más lleno de prejuicios contra la obra, si la entiende, compartirá no po­cas de sus conclusiones.

Recuerda la organización económica de los incas y el bienestar material que lograron. Reconoce que aquel colectivismo les había enervado "el impulso individual", con ventaja para lo social. «Los conquistadores españoles destruyeron, sin poder naturalmente reemplazarla, esta formidable máquina de producción». Se desvaneció la solidaridad de los indígenas. Sólo hubo comunidades dispersas. El Virreinato establece una economía feudal.

Por otra parte —señala— la Colonia careció en sus orígenes de base demográfica, es decir, el núcleo de población española trabajadora era muy escaso, ya que de España venían sobre todo cortesanos, aventureros, clérigos, doctores, soldados. Pronto la nueva sociedad fue de tipo esclavista; indios, negros, como material humano de explotación.

Elogia la capacidad de los jesuitas (experimento del Paraguay) para aprovechar la tendencia de los indios al régimen colectivo. Condena la "vida muelle y sensual" de Lima, desentendida de los menesteres del interior del país. No cree que las ideas (doctrinas de la Revolución francesa y de la Constitución norteamericana) originaron el movimiento de Independencia, sino que éste se debió a la existencia de una burguesía que necesitaba echar de por acá el régimen de la metrópoli. Admite el papel de una generación heroica, pero subraya los factores económicos de la contienda. Observa, por ejemplo, que la política de monopolio seguida por España, obstaculizaba la prosperidad colonial dentro de la economía reinante. Examina después las etapas de la economía peruana durante la Independencia, todas bajo signo individualista.

No estamos ante un trabajo de generalizaciones. Véase cómo escruta lo económico: «Apuntaré una constatación final: la de que en el Perú actual coexisten elementos de tres economías diferentes. Bajo el régimen de economía feudal nacido de la Conquista subsisten en la Sierra algunos residuos vivos todavía de la economía comunista indígena. En la costa, sobre un suelo feudal, crece una economía burguesa que, por lo menos en su desarrollo mental, da la impre­sión de una economía retardada».3 Se fija en Tas notas, a veces anómalas, de la economía peruana como el caso del capitalismo, sin plenitud. De modo que encuentra incipiente, rudimenta­rio, lo mismo que combate. Sabido es que en esto reluce la teoría de Marx, según la cual, el capitalismo, con su técnica, presenta etapas.

Las inversiones extranjeras, el latifundio, las vicisitudes de la agricultura y de la industria, todo es objeto de documentado examen.

Al propio capitalismo, retardado, o desviado, le señala su deficiencia: «...tiene el concepto de la renta antes que el de la producción. El sentimiento de aventura, el ímpetu de creación, el poder organizador, que caracterizan al capitalis­ta auténtico, son entre nosotros casi desconocidos».4

Perú, de área como la de México, aproxima­damente, pues tiene algo más de 1'300,000 kiló­metros cuadrados, presenta la anomalía de otros países hispanoamericanos: el escaso número de habitantes. El punto es inseguro en Perú, Ecuador, Bolivia, donde el censo de población se ha­ce con dificultades, por razones topográficas y de comunicaciones. Pero no he visto ningún tex­to de Geografía que consigne más de siete millo­nes de habitantes. Dado el territorio peruano, es cifra bien corta.

La demografía registra un alto porcentaje de indios: el sesenta, si nos atenemos a los datos de Angel Rosenblat.5 Por supuesto, se trata aquí, como en otras repúblicas, de un caso en que dos razas han convivido hasta hoy sin compenetrar­se. ¿Qué haremos con el indio?, se preguntan los preocupados. Los desaprensivos, no; éstos han sabido siempre lo que van a hacer con la raza indígena.

Ya recordé que la revista Amauta avivó el interés por tan grave cosa. El Aprismo la incluye en su programa. Mariátegui le dedica uno de les ensayos. Sustancialmente queda visto el problema en un solo párrafo, donde muestra la función del gamonal. «El gamonalismo6 invalida inevitablemente toda ley u ordenanza de protección al indígena. El hacendado, el latifundista es un señor feudal. Contra su autoridad, sufragada por el ambiente y el hábito, es impotente la ley escrita. El trabajo gratuito está prohibido por la ley, y sin embargo, el trabajo gratuito, y aun el trabajo forzado, sobreviven en el latifundio. El juez, el subprefecto, el comisario, el maestro, el recaudador, están enfeudados a la gran propiedad. La ley no puede prevalecer contra los gamonales. El funcionario que se obstinase en imponerla, sería abandonado y sacrificado por el poder central, cerca del cual son siempre omnipotentes las influencias del gamonalismo, que actúan directamente o a través del parlamento, por una y otra vía con la misma eficacia.7 De ahí que Mariátegui desestime el medio de la legislación tutelar. Lo que examina es el régimen de la propiedad agraria. El individualismo8 prevalece, y una de sus consecuencias es el desarrollo del latifundio. Fuera de la solución agraria no halla Mariátegui remedio eficaz. En efecto, su dialéctica le lleva a consultar varias soluciones, en el orden siguiente.

Recuerda que todo este mal se apreció ya como problema étnico, y es viejo el prejuicio, pues sirvió al Occidente blanco para justificar la expansión y la conquista. Se habló temprano de razas inferiores. Dentro de lo étnico han propugnado algunos el cruzamiento racial, la fusión, que al cabo suprima al indio. No cree Mariátegui ni en la inferioridad de éste ni en la bondad de esa fusión. Aduce que pueblos de raza amarilla han asimilado la cultura occidental y que el indio no es inferior a ellos.

Se fija después en la solución de carácter mo­ral, muy propio del ideario ochocentista, huma­nitario. Recuerda que el mismo González Prada parecía confiar en ella cuando habló del corazón de los opresores. La Asociación Pro Indígena alimentó igual esperanza. Más fuerza tuvo un día la predicación religiosa y no consiguió casi nada contra las demandas de la conquista, ob­serva el ensayista.

Abandona ese recurso y se detiene en el peda­gógico. Aquí, como en todo, mira a la entraña, de los hechos. No es la educación cosa de escue­las y métodos. La labor del maestro queda con­dicionada por el medio económico. «El gamona­lismo es fundamentalmente adverso a la educación del indio: su subsistencia tiene en el mantenimiento de la ignorancia del indio el mis­mo interés que en eI cultivo de su alcoholismo».

Cree, en fin, que en lo agrario, como base, está el remedio. Imputa a España nuestros males per­sistentes. Nos hemos librado de su espíritu me­dioeval en todo, menos «de su cimiento econó­mico, arraigado en los intereses de una clase cuya hegemonía no canceló la revolución de la Independencia».

La intención revolucionaria de Mariátegui es notoria en esta aseveración: «Sobre una econo­mía semifeudal no pueden prosperar ni funcio­nar instituciones democráticas y liberales». Arguye que los indígenas son agricultores, lo cual subordina a la tierra sus problemas.

Mariátegui tiene siempre en cuenta los orígenes de la sociedad que enjuicia. Coincide con el mexicano José Vasconcelos en un punto esen­cial. En el hecho de que los colonizadores del norte fomentaron la propiedad privada en pe­queño. El soberano, allá, no podía repartir mer­cedes, como se hacía en España: De modo que «cada vez que se levantaba una ciudad en el desierto, no era el régimen de concesión el que privaba…». Había remate público de los lotes. Nadie podía adquirir muchos a la vez. A ese justiciero sistema atribuye Vasconcelos el gran po­derío norteamericano.

Muy penetrante es la parte en que Mariátegui llama la atención sobre una economía burguesa retrasada, al realizarse la independencia del Perú. No retrasada con respecto a las ideas que el autor preconiza, sino retrasada con respecto a las etapas naturales de la propia economía burguesa. Halla que ésta era embrionaria en el Perú: Como atribuye a la burguesía el impulso central de la Independencia, por imperativos económicos, encuentra que la revolución libertadora fue anómala en el Perú, ya que este país no contaba con el tipo de economía capitalista adecuada. Si triunfó allí la revolución se debió a la solidaridad con el Continente, no a la madurez de una clase social. El programa revolucionario, por otra parte, no incluía reivindicaciones para el campesino peruano; que era indígena.

Se refiere al caudillaje militar que ha entorpecido el proceso normal del régimen demo-liberal, como él denomina la política implantada por la Revolución. Claro que el militarismo no comprendió la cuestión agraria:. Pero tampoco ve Mariátegui positiva ventaja, a ese respecto, en la promulgación del Código Civil, «uno de los instrumentos de la política liberal y de la práctica capitalista».

La república, pues, no. se ha propuesto una distribución justa de la tierra. La situación de los indígenas ha sido extrasocial. La aristocracia terrateniente ha imperado.

El autor estudia detenidamente las "comunidades" indígenas. Es una de las partes más acuciosas de su recuento.

Las conclusiones a que llega, en cuanto al problema de la tierra, son: que la organización de la propiedad agraria en el Perú dificulta aún el desarrollo del capitalismo nacional. Con propietarios ausentes, rentistas, es irregular el proceso capitalista. En segundo lugar, el latifundismo resulta una barrera contra la inmigración blanca, pues «el campesino europeo no viene a América a trabajar como bracero sino en los casos en que el alto salario consiente ahorrar largamente». Para atraer al inmigrante se necesitan tierras con viviendas, animales, comunicaciones. En tercero, la no intervención del Estado en la agricultura de la costa, manejada por capitalistas, impide su mejor desarrollo  y el ensayo de nuevos cultivos. En cuarto lugar, la población rural de la costa sufre los efectos de la falta de atención higiénica. La Dirección de Salubridad no consigue obediencia de los hacendados. En quinto, el sistema agrario de la Sierra (puro feudalismo, dice) es inepto dentro del propio capitalismo. No se interesa en la producción sino en la renta.

He apuntado, muy sumariamente, las ideas salientes del estudio sobre el problema de la tierra.

En lo tocante a la instrucción pública, se fija Mariátegui en la continuidad del espíritu del Virreinato durante la república; en el sentido aristocrático y el concepto eclesiástico y literario de la enseñanza que nos legó España; en la persistencia de la educación como privilegio, por existir el de la riqueza y el de la casta. En todo esto, vuelve constantemente la mirada a lo que trajo España: una concepción medioeval de la vida, que en el Perú arraigó mucho.

La escuela, al principio de la república, sigue pautas españolas, luego busca orientación francesa. Vicio de origen en lo primero, normas inadecuadas en lo segundo. Se apoya en la fuerte crítica de Herriot al plan de estudios francés.

De 1920 data la implantación de normas pedagógicas norteamericanas. El experimento fracasó —observa— porque «no es posible democratizar la enseñanza en un país, sin democratizar su economía».

Una reflexión. El pensamiento guiador de Mariátegui en todo su libro proviene del materialismo histórico. De ahí su realismo, sus aciertos, pero también su dialéctica cerrada, sistemática, de conclusiones a veces discutibles. Cierto que conviene una congruencia entre la escuela y el tipo de economía imperante. Pero en la historia no ocurren siempre así las cosas. Los hechos no se sitúan en las líneas paralelas, sino que fluyen o irrumpen a virtud de variadísimas causas. El materialismo histórico sostiene que los hechos económicos de una época, es decir, la distribu­ción de la propiedad, los modos de producción industrial, las relaciones del capital y el trabajo, determinan el tipo de sociedad, regulan el De­recho y hasta originan una Etica y gustos lite­rarios a tenor de los valores vigentes. No puede negarse la verdad que esa teoría encierra. Lo malo está en las aplicaciones sistemáticas.

La teoría, como tal, es simétrica, armónica, mientras que el acontecer histórico es irregular, y aun anómalo en su curso. De ahí que en oca­siones no convenga medir con regla y compás los sucesos, los movimientos.

Puede ser que en el Perú la implantación de la escuela moderna —de modelo Norteamérica— no ­haya fracasado, según asevera Mariátegui, por su discordancia con las peculiares bases econó­micas del país. No lo sostiene como quiera, sino con su habitual visión: «La ejecución de un pro­grama demo-liberal (en la enseñanza) resultaba en la práctica entrabada, saboteada, por la sub­sistencia de un régimen de feudalidad en la ma­yor parte del país». Lo que observo es que, en lo general, no podemos esperar por las congruen­cias para ir alterando. Habría que plantear la cuestión de si la concordancia de lo económico y lo educativo ocurre, como condición previa, o si ha de obtenerse al fin como una conquista. El progreso es de suyo irregular, multilateral, en­gañosos

La cuestión universitaria, que agitó a varios países de Hispanoamérica a partir de 1921 (año más o menos), es otro de los temas de nuestro ensayista. No encubre su pensamiento. Declara que ese movimiento ha sido a modo de episodio en el cuadro general de las fuerzas revoluciona­rias. En su propio texto: «Significaría incurrir en una apreciación errónea hasta lo absurdo, considerar la Reforma universitaria como un problema de aulas, y aun así radicar toda su impor­tancia en los efectos que pudiera surtir exclusi­vamente en los círculos de la cultura»: Acentúa después el hecho de la «proletarización de la cla­se media» y sus efectos en la masa estudiantil. Aquí, de nuevo, la aplicación de la técnica marxista, que vigila los tejidos sociales, su aparición, sus cambios, sus agotamientos.

En esto (¿en qué no?) va Mariátegui a la raíz de las cosas. Basta una sola cláusula suya para percatarse uno del alcance de su mirada. «El objeto de las universidades parecía ser, principalmente, el de proveer de doctores o rábulas a la clase dominante». Se recuerda al punto la llamada "infraestructura" de la sociedad, o sea el soporte económico que la regula y que en las varias épocas presenta diferentes hechuras y genera clases explotadoras, según la tesis a que se atiene el autor.

Claro: la Universidad de Lima debió parecerle sombrío baluarte de la herencia colonial en lo que ésta trae de dañino. Y a fe que tenía no es casa razón. Pero no lo afirma sino mostrando el nexo económico del caso. Tal es su método. Así: «La verdad era que la Colonia sobrevivía en la Universidad, porque sobrevivía también —a pesar de la revolución de la Independencia y de la república demoliberal— en la estructura económico-social del país, retardando su evolución histórica y enervando su impulso biológico». Con este ideario no se buscó sólo el mejoramiento académico, sino la reforma universitaria con perspectiva social de cambios fundamentales. Importaba mucho la universidad para ese fin, pues ella ha representado la mentalidad aristocrática de la clase latifundista, asevera Mariátegui.

Al considerar el problema religioso, no obstante condenar la influencia del catolicismo, en conjunto, es imparcial. Le reconoce no pequeños servicios en los primeros tiempos coloniales. Advierte que la obra civilizadora es casi toda religiosa, eclesiástica, bajo el coloniaje. Evangelización, enseñanza de artes y oficios, cultivos, fundación de la Universidad, importación de animales, semillas, herramientas... Enumeración que no le impide ver otros lados de esa influencia. Recuerda también que religiosos de distintas órdenes recogieron tradiciones indígenas y estudiaron las formas de la cultura incaica.

No olvida, a continuación, que buena parte de sus energías las gastaron los religiosos en querellas internas,9 o con el poder temporal. Llama la atención a que en Europa el capitalismo ha tenido su desarrollo normal en países protestan­tes. «La economía capitalista ha llegado a su ple­nitud sólo en Inglaterra, Estados Unidos y Ale­mana. Y dentro de estos Estados, los pueblos de confesión católica han conservado instintivamen­te gustos y hábitos rurales y medioevales». Nin­gún país católico —dice— ha alcanzado un gra­do alto de industrialización.

Es curioso notar que a veces su juicio coincide casi enteramente con el de católicos ortodoxos, de capacidad crítica. Por ejemplo, escribe: «El pensamiento escolástico fue vivo y creador en España, mientras recibió de los místicos calor y ardimiento. Pero desde que se congeló en fór­mulas pedantes y casuísticas, se convirtió en yer­to y apergaminado saber de erudito, en anquilo­sada y retórica ortodoxia de teólogo español». En alguna página de José María Chacón y Calvo se halla el mismo criterio, aunque no refiere ese vigor a la mística sino al tomismo de la mejor época.

Como nada ve separadamente, nota que los privilegios eclesiásticos que la república respetó, armonizan con la feudalidad intacta del Perú.

Piensa que es tardía la predicación del protes­tantismo en estos países. Además se debilita con la corriente anti-imperialista. No recarga las tintas anticlericales. La Iglesia, según la teoría que le conduce, se instala, como otras instituciones, en la "superestructura". Lo primero que hay que cancelar es lo otro: el régimen económico social que las genera y ampara.

Explica Mariátegui las dos tendencias de la organización política del Perú; federalismo y centralismo. Es una parte del libro en que se adentra en la peruanidad. Ningún factor escapa a su mirada: Aclara las confusiones; denuncia los velados propósitos; parece que escribe con el mapa de su tierra delante para no olvidar nin­guna de sus urgencias, sean de la Costa, de la Sierra o de la Montaña.

Quiere descentralizar; pero su cautela pone aquí salvedades. Prevé una descentralización que sea mera reforma política y administrativa, sin ninguna ventaja para la suerte del indio. Más aún: cree que descentralizar, sin otras miras; aumentaría el poder de los gamonales, al otorgarse autonomía a las regiones. De modo que una des- centralización que coloque el régimen local bajo la influencia de los caciques, no remedia nada, si es que no empeora.

Téngase presente la dualidad peruana de la Costa y la Sierra. Es un 1hcho geográfico. Sus efectos sociales se han estudiado en los últimos años. En la costa arraiga hasta hoy lo de origen español: gentes, tradiciones... En la Sierra se refugió lo indígena. Se elaboran así dos formas históricas bien disímiles. Por eso dice Mariátegui que está por hacerse la unidad peruana.

Reseña el proceso de la legislación en lo concerniente a descentralización. Cree que el problema está en pie. Hay que obtener una forma de regionalismo fuera de los intereses del gamonal, pues a éste jamás le preocupó la suerte del indio. De modo que el movimiento representado, por Mariátegui propugna un regionalismo de nueva tendencia. No es simple reacción contra el centralismo sino actitud indigenista.

En no pocas páginas discurre el sociólogo. Las condiciones que han originado la fundación de las grandes capitales le llevan a ver lo accidental en el caso de Lima, ciudad sin títulos geográficos para su jerarquía.

Mariátegui nos hace recordar, por la lucidez y sagacidad de estos ensayos, aquellas célebres Bases del argentino Alberdi, de otra orientación, pues sus líneas eran constitucionales, pero ambos trabajos evidencian una ardiente preocupación por la vida pública, por el bienestar de todos.

La parte final del libro se titula «El proceso de la literatura». Por supuesto, el ensayista se ha desentendido de dogmas y clasificaciones académicas. El criterio preceptista se desecha hoy, sin necesidad del materialismo histórico. De modo que siendo éste el guiador de Mariátegui, con mayor razón echa por la borda el artificio y la rigidez de los cánones. Aparte del marxismo, que él aplica quizá con espíritu de sistema, su doc­trina literaria es de aliento moderno. Algunas de sus aserciones cardinales las admite la Filología, o mejor, las ha descubierto y enseñado.

La literatura peruana de la colonia le parece cosa sin raíz en lo nativo. Trasplante, superposición, con la consiguiente falta de vigor. No era, desde luego, la expresión de lo indígena. Lo crio­llo tardaba en madurar. Lo español (europeo) ha­bía evolucionado considerablemente cuando em­pezó la colonización. Así que prendió en el Pe­rú (fenómeno de otros pueblos hispanoamerica­nos) una literatura nacional extranjera, en un momento de su proceso. Los orígenes del idio­ma y de la literatura estaban ya lejos en Espa­ña. Por manera que acá no hubo orígenes, sino un comienzo sin frescura, rara mezcla de refi­namiento y temas primitivos. Lo anómalo, corno en tantas cosas de América.

Por eso Mariátegui escribe: «El florecimiento de las literaturas nacionales coincide, en la his­toria de Occidente, con la afirmación política de la idea nacional». Recuérdense, en efecto, los orí­genes de la nación y de la literatura en Francia, como caso típico. En España, también, aunque la unidad bien concertada demoró más.

Claro que esa coincidencia de orígenes en cuanto a nacionalidad y literatura no se da en el Perú ni en, otros países nuestros. Esa especie de paralelismo fue lo normal en Grecia, en Ro­ma, en las nuevas nacionalidades que surgieron en la Europa medioeval. Como nota propia de la formación nacional figura —bien se sabe— el brote de las lenguas romances que fueron su­plantando al latín. Dejó éste de ser idioma inter­nacional del pensamiento cuando el español, el francés... (el grupo lingüístico llamado romance o neolatino) fueron ya aptos para los menesteres literarios y científicos. Por supuesto que el uso cotidiano, popular de las lenguas nacientes se anticipó al uso de la gente letrada, en quienes el latín persistió, en rivalidad, hasta los días de Descartes, por ejemplo. Pero esto constituye una digresión. Extenderla no tendría objeto.

Insiste Mariátegui en que «el nacionalismo en la historiografía literaria es por tanto un fenó­meno de la más pura raigambre política, extraño a la concepción estética de arte». No hubo, pues, carácter nacional en las letras del Perú de la Colonia. Exceptúa al Inca Garcilaso, cuyos Co­mentarios Reales se penetran profundamente de la atmósfera tradicional quechua, y a Caviedes, en quien aflora la malicia criolla. Por lo demás, «la Conquista trasplantó al Perú, con el idioma español, una literatura ya evolucionada que con­tinuó en la Colonia su propia trayectoria». Por otra parte, durante la república persiste la tra­dición española en todas las esferas, sin que las letras dejen de ser coloniales. Más concretamen­te: «La literatura de un pueblo se alimenta y se apoya en su substractum económico y político». En un país dominado por los descendientes de los encomenderos y los oidores del Virreinato, nada era más natural, por consiguiente, que la serenata bajo sus balcones.

La dualidad peruana de Lima —o la costa y el interior— que es tema del libro, ilumina la par­te dedicada a la literatura. Lima ha impuesto sus normas y gustos a las provincias. Mariátegui y sus compañeros de acción han originado una corriente literaria indigenista. La discordancia entre la literatura costeña y la serrana, tomo di­cen, se nota mucho, como resultado de la con­ciencia rural que se han empeñado en despertar. Es un fenómeno de los más reveladores en Amé­rica; y tanto, que le ha sugerido a Federico More páginas bellísimas, al referirse a dos literaturas —o dos tendencias— en el Perú. Siéntase el sa­bor de este fragmento: «Para quienes actúan bajo la influencia de Lima, todo tiene idiosincrasia ibero-africana: todo es romántico y sensual. Para quienes actuamos bajo la, influencia del Cuzco, la parte más bella y honda de la vida se realiza en las montañas y en los valles, y en todo hay subjetividad indescifrada y sentido dramático. El limeño es colorista; el serrano, musi­cal. Para los herederos del coloniaje, el amor es un landó. Para los retoños de la raza caída, el amor es un coro transmisor de las voces del destino».

Buena parte del ensayo sobre la literatura de su patria la dedica Mariátegui a las figuras contemporáneas: González Prada, Santos Chocano, Riva Agüero, José Gálvez, el grupo de la revista Colónida y cuantos de algún modo han engrosado el movimiento que inició Prada y creció después en concretos designios.

No se contenta con enumerar. Su reseña no es para menesteres didácticos intrascendentes. El sabe a lo que va. A Melgar, a Gamarra, a Ricardo Palma, primero; a los actuales, después, los va situando en el plano de su función a tenor del ideario que los explica o los produce.

Aparte de la tesis —no la abandona el autor— una de las más provechosas lecciones de esta sección del libro es la del estudio de la literatura con visión integral, esto es, no exclusivamente estética. Esto lo ha subrayado Américo Castro en El pensamiento de Cervantes. Observa (¡al fin alguien lo hace!) la superficialidad de las historias de la literatura española, por atenerse a lo estético, sin relación con «las otras zonas de la cultura». Se vale, como ejemplo, del caso de la novela naturalista francesa del siglo XIX y su fuerte nexo con el positivismo.10

La obra de Castro es de 1925. Los Ensayos de Mariátegui aparecen en 1928. ¿Conocía el libro del notable profesor español? No lo creo. Además, el párrafo en que Mariátegui fija ese método viene precedido de innúmeras ideas similares; no ya declaradas, sino aplicadas, como procedimiento habitual. Ese modo de estudiar una literatura forma atmósfera en el libro de este gran peruano. Transcribo, en fin, el trozo referido: «Para una interpretación profunda del espíritu de una literatura, la mera erudición literaria no es suficiente. Sirven más la sensibilidad política y la clarividencia histórica. El crítico profesional considera la literatura en sí misma. No percibe sus relaciones con la política, la economía, la vida en su totalidad. De suerte que su investigación no llega al fondo, a la esencia de los fenómenos literarios. Y, por consiguiente, no acierta a definir los oscuros factores de su génesis ni de su subconciencia».

Cabe un reparo en la coincidencia que señalo. Castro se fija principalmente en las corrientes de la cultura —ciencia, filosofía, etc.— mientras que Mariátegui busca sobre todo lo que él llama substrato político, económico. No importa. La orientación marxista no quita valor al método. Por ahí, y por la de Castro, se iluminan las épocas y los movimientos de una literatura.

Ni Castro ni Mariátegui enseñan cosa nueva en eso. Pero en América (y Castro afirma que en España) hace falta la lección.

El cuadro peruano de Mariátegui es impresionante. ¿Alguien ha hecho uno similar con el tema de algún otro país hispanoamericano? La seriedad del propósito es tanta y la convicción del autor tan firme, que olvidamos el factor de tesis preconcebida o sistema. Después de todo, no se ha de condenar ninguna tesis por previa, sino por falsa. En la de Mariátegui puede haber exceso de aplicación, afán de una regularidad que, según apunté, apenas .se da en la historia; pero ahí resisten, en pie, esperando impugnador, los fundamentos de esos Siete ensayos.


NOTAS:

1 Lo reproduce Alfredo González Prada. en Figuras y Figurones (1938), serle de trabajos de D. Manuel so­bre hombres del Perú.

2 La Literatura del Perú p. 115

3 Siete Ensayos, pág. 18.

4 Ob. cit., pág. 23.

5 Población Indígena de América, magistral estudio publicado en el N° 3 de la Revista Tierra Firme.

6 Se emplea mucho el término en Sudamérica. Viene a ser (equivalente a) caciquismo.

7  Obc. cit. pág. 26.

8 Empleo ésta y otras palabras con el valor que tienen en las teorías sobre el Estado.

9 Se detiene en esto Barreda Laos; Vida Intelectual de la Colonia (1909).

10 Ver El Pensamiento de Cervantes, p. 162.